
WASHINGTON, 30 de junio.- Estados Unidos se encuentra en medio de una “guerra cultural” sin resolverse desde los años 60 y que tal vez tome una generación más para ser superada, opinó el politólogo William Schneider.
“Es una guerra de valores” surgida a partir de la intervención estadunidense en Vietnam y de las divisiones que surgieron a su alrededor, comentó Schneider, experto en temas de comunicación política y elecciones que da clases en la Universidad John Mason y hace análisis para el grupo The Third Way, las cadenas CNN, MSNBC y Al Jazeera.
El “conflicto” ha evolucionado y se refleja en el rechazo de un sector hoy dominante del Partido Republicano a la posibilidad de negociaciones, que equipara con concesiones o abandono de principios y que explica la casi total inmovilización actual del gobierno estadunidense.
En ese sentido Barack Obama es eje y víctima de la “guerra cultural”. Como mulato, blanco y negro se esperaba que llevase a los estadunidenses a una era post-racial y buscase una mayor unidad, pero como representante también de una elite intelectual es a querer o no parte de ese conflicto de los 60, librado a partir de divergencias ocasionadas por las negociaciones que pusieron fin a la guerra vietnamita, por choques ideológicos y conflictos raciales históricos.
Esa guerra continúa ahora y se refleja en temas sociales como la oposición al aborto, al matrimonio gay y la inmigración. La derecha pierde terreno y resiste con todo lo que puede.
Obama además es un intelectual, un profesor universitario que no tiene lo que para Schneider es la necesaria dureza política. “Es posible desafiarlo sin temer consecuencias” y eso tiene un impacto, señaló al recordar que Jimmy Carter no era percibido como un mandatario “duro”.
A cambio, había consecuencia en enfrentar a Ronald Reagan, a Bill Clinton o a George W. Bush. “Esos eran rudos”, anotó. Y en Obama, “no hay el factor temor”.
Obama es también un Presidente que por todo su carisma es visto como parte de una elite intelectual y las elecciones de 2012 como resultado de un choque entre elites, la del dinero que representó Mitt Romney y la intelectual.
Obama ganó gracias a que reunió una coalición en la que figuran afroestadunidenses, latinos, judíos, mujeres solas y madres solteras, profesionales gays.
Para Schneider es la tercera coalición política en 100 años: la primera fue la creada alrededor de Franklin Roosevelt y el New Deal (nuevo trato), que incluyó a sindicatos, a inmigrantes y a pobres.
La segunda fue opuesta por Ronald Reagan en los 80 e incluyó a gente enojada a partir de los conflictos de los 60, incluso grupos racistas, así como a grupos religiosos tradicionalistas.
Pero el impacto de la división de los 60 dura hasta ahora, tanto que según Schneider los republicanos necesitan de su propia versión de Bill Clinton, al que definió como un centrista que pudo atraer a los demócratas al centro político estadunidense y superar sus “traumas políticos”, que los republicanos no han logrado.
De hecho es el país el que no ha podido hacerlo: Ronald Rea-gan llegó a la Presidencia hablando de unión y no lo logró; George H.W. Bush habló de unificación, y no pudo; Clinton lo intentó sin éxito y George W. Bush se definió como “un unificador, no un divisor”, pero cuando salió el país estaba más dividido que nunca.
Schneider recordó que un año después del “trauma nacional” del 11 de septiembre de 2001, los estadunidenses estuvieron más o menos unificados. “Pero ese momento terminó con el inicio de la guerra de Irak”, precisó.
Los factores de desunión y de inmovilidad política son muchos.
Una de esas formas se refleja en el creciente número de estadunidenses que vive en áreas urbanas donde está rodeado por personas que piensan y se conducen de forma similar.
El resultado es una especie de aislamiento que se refleja a su vez en términos políticos y la elección de personas que tienen un cierto punto de vista. En muchos casos eso se traduce en lo que los politólogos llaman “asientos seguros” para diputados que al no tener presiones pueden pensar de forma ideológica y descartar la idea de negociaciones.
“Este es un país muy difícil de gobernar y los únicos momentos en que hay unidad son aquellos en que se produce una crisis importante”, dice Schneider.
De ahí el intento gubernamental por presentar grandes temas como una crisis, de la denominación de “guerra” que tan fácilmente parece surgir en Washington, y la realidad es que la elite política define crisis y guerras que los estadunidenses no ven y no les ponen atención.
Para Schneider lo más viable es que la división comenzará a amainar cuando los actuales factores de poder, surgidos de los 60, empiecen a ceder el poder a generaciones nuevas, tal vez menos ideologizadas y menos encerradas en sus opiniones.

