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Ancianos, atrapados por la modernidad

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CIUDAD DE MÉXICO, 1 de septiembre.- El privilegio de conocer a tu abuelo, en realidad, sólo las nuevas generaciones lo tenemos. Como antes, en la época de la Revolución mexicana, la esperanza de vida apenas era de 34 años, pocos de nuestros abuelos vivieron esa experiencia de mecerse en las piernas de sus viejos y la mayor aproximación con los padres de sus padres tal vez fue frente a una tumba.

Pero el que México sea un país que esté envejeciendo gracias a la ciencia y a los avances de la medicina, donde ahora una persona tiene una esperanza de vida de 75 años, no significa necesariamente que se valore a esta población que hace sólo unas cuantas décadas tuvo por primera vez la oportunidad de llegarse a ver con arrugas y canas.

“Antes eso realmente no sucedía, eran excepcionales los viejitos que sobrepasaban las expectativas de vida, por eso se les hacían rituales y se les veneraba”, comentó Martha Aceves, antropóloga de la UNAM.

11 millones de personas de la tercera edad hay en el país.

El Consejo Nacional para la Población (Conapo) calculó que en junio de 2013 ya había 11 millones 264 mil 358 adultos mayores mexicanos.

Y cada día se van sumando al grupo de la tercera edad mil 41 personas más, de acuerdo con el Instituto Nacional de Geriatría. De hecho, en tan sólo 22 años habrá más mexicanos mayores de 60 años que niños y jóvenes menores de 15, según proyecciones.

“El país ya se tiene que ir adaptando a esas necesidades de la población adulta mayor que, no en mucho tiempo, va a ser mayoría”, expuso Aceves.

Sin embargo, el reloj del país y de la sociedad ha caminado a destiempo, el primero muy lento y el segundo a gran velocidad. México se encontró, por ejemplo, que faltaban médicos especialistas para atender a los pacientes de la tercera edad.

El Consejo Mexicano de Geriatría ha certificado sólo a 450 geriatras en su historia. Si el país siguiera los indicadores internacionales que recomiendan que haya un especialista por cada 50 mil habitantes, entonces deberían generarse 200 geriatras por año de aquí hasta 2020, y no sólo 20, como en realidad sucede.

75 por ciento de los ancianos no tienen pensión.

Además, tan sólo existen 21 servicios especializados de Geriatría en todo México, los cuales, la mayoría se concentran en sólo tres de los 32 estados: Distrito Federal, Monterrey y Guadalajara.

Y así como la vejez tomó por sorpresa a las instituciones, también tomó desprevenidos a los adultos mayores, pues la mayoría se enfrentan a una situación crítica: 75 por ciento no cuenta con una pensión y se ven obligados ya sea a continuar trabajando o a vivir al amparo de sus familias.

“Tan mal están las cosas, que ser viejo y pobre en México parece pleonasmo”, advirtió la antropóloga.

En 2010, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) estimó que casi la mitad de los adultos mayores se encontraba en algún factor de pobreza.

Son hombres y mujeres que la pobreza los ha conducido a trabajar hasta que el cuerpo aguante o la enfermedad aparezca. De hecho, uno de cada diez adultos mayores padecen alguna discapacidad a causa de su edad avanzada, de acuerdo con un estudio del INEGI.

Son un millón de los adultos mayores que están incorporados al mercado formal de trabajo. Pero son dos millones más los que se abren paso en empleos informales, sin prestaciones. Casi siempre se les ve vendiendo en los mercados, limpiando o cuidando coches, conduciendo taxis, haciendo labores domésticas o empacando mercancía en los supermercados.

Los trabajos menos calificados y menos remunerados son los que están destinados para ellos, pues no sólo están en desventaja con los jóvenes por la disminución de vitalidad, sino también porque los mejores niveles educativos se encuentran entre la población más joven y la capacitación más actualizada.

Para tener una clara idea de la dificultad a la que se enfrentaron las personas que nacieron antes de 1940, para incorporarse a la educación formal, basta con decir que más de la mitad de la mujeres de aquella época ni siquiera pisaron una primaria.

Los altos niveles de analfabetismo y el menor grado de instrucción alcanzado por las personas de 60 años o más ponen de manifiesto las menores oportunidades que tuvieron respecto a las generaciones más jóvenes para asistir a la escuela y completar su formación académica.

Por ejemplo, tres de cada diez personas de 60 años o más no saben leer ni escribir un recado. Y entre la población de adultos mayores, el número medio de grados aprobados apenas rebasa el equivalente al tercer año de primaria. Entonces, la carencia académica también se refleja en los bajos salarios que deben aceptar; en promedio es de casi 2 mil 500 pesos mensuales, mientras que para los indígenas es de 900 pesos, de acuerdo con el INEGI.

Encima, la modernidad dejó atrapados a los adultos mayores. La realidad en la que ellos crecieron simplemente es otra a la que hoy enfrentan. Las mujeres, por ejemplo, ya son muy pocas las que se dedican a ser amas de casa, tampoco la mayor fuerza laboral está en el campo y la comunidad dejó en segundo plano a la Iglesia católica. Ahora se deben desenvolver en un mundo moderno y tecnológico.

Pero en lugar de que la sociedad tomara de la mano a la población que por primera vez la ciencia les dio la oportunidad de llegar a la vejez y los integrara, a muchos les ha dado la espalda.

Uno de cada siete hogares donde hay un adulto mayor es unipersonal. Se está abandonando a los mismos viejitos que sus padres les enseñaron a venerar a aquellos afortunados que llegaban a la vejez.

Cifras del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) afirman que 60 de cada 100 personas de la tercera edad que ingresan a sus centros gerontológicos, presentan rechazo o total abandono de sus hijos.

Y aunque para la ciencia y la medicina significó todo un reto elevar la esperanza de vida y darle una oportunidad a la humanidad de vivir más años, la sociedad mexicana todavía no ha logrado que esta reciente población de adultos mayores reciba su tiempo extra con dignidad.

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Autor : 
Claudia Solera y Laura Toribio
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